Pequeñas enseñanzas que debilitan la intuición de los niños
4. Minimizar sus temores
Resulta habitual pensar que todas las capacidades humanas decaen con la edad pasada la treintena, y que la inteligencia no es una excepción a esta regla. Sin embargo, parece ser que esto no es del todo cierto y no siempre ocurre con todas las habilidades cognitivas por igual.
Podemos creer esto, entre otras cosas, porque un equipo de investigadores ha encontrado indicios de que ciertos aspectos de la inteligencia llegan a su apogeo una vez pasada la juventud, mientras que otras lo hacen mucho antes, alrededor de los 20 años.
A pesar de que todos tendemos a asociar el concepto «inteligencia» al conjunto de habilidades que se ponen en práctica a la hora de completar los famosos test de CI, cada vez se encuentran más capas matices en lo que podría parecer una definición rígida y monolítica. Se ha hablado, por ejemplo, de inteligencia emocional e inteligencias múltiples, concepciones de inteligencia que van mucho más allá de lo que se mide a través de las clásicas hojas en las que hay que apuntar la respuesta correcta. Uno de estos quiebros interesantes en la idea de intelecto se ha dado con la propuesta de dos clases de habilidades cognitivas: las que dan forma a la inteligencia fluida y la inteligencia cristalizada.
Estas diferentes formas de clasificar los tipos de inteligencia no es gratuita: son modelos teóricos que intentan explicar procesos profundos que ocurren en nuestro cerebro y, por lo tanto, nuestra manera de pensar. Por eso resulta interesante cuando se encuentran pruebas de que diferentes tipos de inteligencia evolucionan de forma distinta. En este sentido, un artículo publicado en laJournal of Applied Psychology apunta que, mientras que la inteligencia fluida (es decir, la que va asociada a la resolución exitosa de problemas nuevos) empieza a decaer en la tercera década de vida, la inteligencia cristalizada, relacionada con la gestión de lo ya aprendido, sigue mejorando con la edad hasta que se llega, en algunos casos, a los 70 años o más.
Para esta investigación se utilizó un grupo de 3.375 voluntarios de entre 20 y 74 años con un perfil profesional del nivel de un ejecutivo. Como la investigación iba enfocada a la evaluación de las habilidades ligadas al entorno de trabajo, estas personas rellenaron una batería de preguntas relacionadas con ciertas capacidades profesionales, creatividad y estilo de dirección y administración. Además, de todo esto, les fue suministrado un test sobre inteligencia fluida y cristalizada y las habilidades asociadas a cada una de ellas.
ara medir cada una de estas modalidades, los test planteaban ejercicios relacionados con la capacidad lógica y analítica para medir la inteligencia fluida (como por ejemplo, seguir una serie de letras), mientras que la inteligencia cristalizada se evaluó a partir de tareas relacionadas con la habilidad verbal.
Después de analizar los datos recogidos, los investigadores vieron que las personas de mayor edad mostraron puntuaciones en inteligencia fluida significativamente más bajas que las de las personas de menos de 30 años, especialmente pasada la cincuentena. Sin embargo, en las tareas de habilidad verbal asociadas a la inteligencia cristalizada la tendencia se invertía: la media de puntuaciones que correspondía al grupo de mayor edad era más alta.
Aunque este no es el único estudio que describe estas tendencias en la evolución de estos tipos de inteligencia, sí es uno de los pocos que se centra en el contexto profesional. Investigaciones en esta línea podrían ser útiles a la hora de saber qué tipo de tareas son más fáciles de resolver en una u otra franja de edad, con resultados beneficiosos tanto para la persona como para el grupo de trabajo en el que se encuentra.
Desde luego, ambos tipos de inteligencia decaen con la edad, lo que ocurre es que lo hacen de manera distinta y a partir de un momento de madurez diferente. Tiene sentido que sea así. La inteligencia fluida es especialmente útil para adaptarse a entornos relativamente nuevos a los que no se está muy adaptado y que aún puede ocasionar imprevistos dada la poca experiencia del individuo. La inteligencia cristalizada, sin embargo, tiene una aplicación más conservadora, ligada a la resolución de problemas a partir de lo que ya se sabe.
Estos dos tipos de habilidades se despliegan en etapas diferentes, y nuestro cerebro parece ser capaz de adaptarse a estas etapas ajustándose a lo que se espera de él. De algún modo, parece como si la evolución aspirara a hacernos tan sabios como ella.
De hecho, un estudio anterior realizado en la Universidad de Kentucky había demostrado que las personas bilingües son mejores en la multitarea ya que pueden conectarse y desconectarse rápidamente. También son más flexibles y pueden adaptarse con mayor rapidez a los cambios inesperados. Por si fuera poco, se conoce que estas habilidades se conservan en la edad adulta, por lo que aprender un segundo idioma también protege el cerebro de la demencia.
Ser inteligente no es sacar un sobresaliente en Matemáticas o en Física. Tampoco lo es obtener un excelente en Gramática o memorizar todas las fechas históricas. Eso significa simplemente ser un alumno aplicado. Sin embargo, muchos padres y maestros creen que la inteligencia se reduce a la lógica, y consideran que un niño con malas notas no tendrá éxito en la vida, porque no es lo suficientemente inteligente y capaz. Sin embargo, si juzgamos a un pez por su habilidad para subir a los árboles, pasará toda su vida pensando que es un inútil.
Según la Real Academia de la Lengua, la concentración es “la acción y efecto de centrar intensamente la atención en algo”.
Para nuestra vida diaria, es importante aprender a concentrarnos. Tener una buena capacidad de concentración nos ayuda enormemente a ser más efectivos a la hora de realizar cualquier tarea. Las bondades de tener una buena concentración son muchas: aumentan nuestra memoria, nuestra efectividad en la toma de decisiones, nuestra precisión y nuestra agilidad en el reto que tengamos entre manos.
Tener una buena concentración está muy ligado a poder retener y recordar mucho mejor. En este sentido, la concentración es una buena virtud para tener una memoria fluida. Si logramos desarrollar la concentración, nuestra memoria también mejorará.
Con este fin, en el artículo de hoy hemos recopilado nueve estrategias y técnicas que pueden ayudarte a mejorar estas capacidades tan útiles para la vida diaria.
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Un punto básico: para poder concentrarnos bien necesitamos estar descansados. Dormir las horas suficientes nos proporcionan la recuperación cerebral y cognitiva necesaria para poder rendir perfectamente al día siguiente. Dormir bien nos proporciona un estado de lucidez en vigilia.
Es un consejo habitual para los estudiantes: el día anterior a un examen, hay que dormir bien. Porque si no se descansa lo suficiente, en el momento del examen vamos a estar dispersos y vamos a tener menos memoria. Durante las horas en que dormimos, el cerebro realiza un «reseteado» de ciertas funciones, preparándonos para que el día siguiente podamos procesar mucho mejor la información y los estímulos. Además, dormir ocho horas es también muy bueno para nuestra memoria a largo plazo.
Puede parecer un poco extraño, pero masticar chicle es bueno para nuestra concentración. Así lo indican distintos estudios científicos: masticar chicle nos ayuda a recordar información en el corto plazo.
Además, puede ser un elemento que nos permita concentrarnos mejor en la tarea que debemos realizar, sobre todo en exámenes y pruebas que precisen de nuestra memoria auditiva y visual.
Estamos muy acostumbrados a escribir las cosas en el teclado del ordenador. Es un método de escritura automático y que nos permite muchas cosas positivas, pero no es lo mejor para nuestra concentración ni para nuestra memoria.
Si escribimos a mano, nuestro cerebro hará un esfuerzo superior para concentrarse y recordará más fácilmente los datos y apuntes que salgan de nuestro puño y letra, según ha explicado Lizette Borreli para Medical Daily. Una mejor concentración cuando redactamos las ideas será un apoyo para nuestra memoria a largo plazo. que será capaz de rescatar esos datos días e incluso semanas después.
¿Eres muy proclive a padecer estrés? Cuando estamos en un estado de tensión vemos muy reducida nuestra capacidad para focalizarnos en algo.
Algunos trucos para gestionar el estrés son tan simples como apretar fuerte el puño o una pelota anti-estrés, durante un minuto. Este acto va a liberar nuestras tensiones por un buen rato. Pero, si sufres un estrés más permanente, lo óptimo será que te pongas manos a la obra para solucionar el problema. Asimismo, es importante que tengamos una buena salud física: mantenerse bien hidratado, realizar deporte a menudo…
Si hablamos de aumentar nuestra concentración, el ajedrez es el deporte rey. Este juego nos exige una gran capacidad de concentración para analizar cada situación que se produce en el tablero, tomar decisiones acertadas y anticiparnos a los movimientos del rival. Así lo ha constatado un estudio publicado en Science Direct.
Es una actividad perfecta para desarrollar ambas capacidades, además de nuestra habilidad para el razonamiento lógico y estratégico.
¿Es un poco obvio, no? Cuando tratamos de concentrarnos en una tarea, es muy buena idea que intentemos evitar que estímulos externos e indeseados nos distraigan. Por ejemplo, si estás estudiando, lo ideal es que lo hagas en silencio, con una luz adecuada, y por supuesto sin el televisor u otra distracción similar de fondo.
Se ha demostrado que el ruido ambiental afecta a nuestro rendimiento si estamos realizando una tarea que requiere concentración (por ejemplo, un examen). Cuando menos ruidoso sea el entorno, más en forma estarán tus habilidades cognitivas.
Este consejo es bastante contraintuitivo. Cuando estamos asistiendo a una clase magistral o a una conferencia, es buena idea que dibujemos pequeños garabatos en un bloc de notas o cuaderno. Así lo afirma un estudio publicado en la revista Time.
No es necesario dibujar figuras concretas, cualquier cosa vale. Esto logrará que combatamos el aburrimiento y retendremos mejor aquello dice el profesor.
Escuchar música de fondo cuando estamos enfocados en una tarea puede ser una buena idea. Pero depende de varios factores.
La música tiene la capacidad para estimular nuestra actividad cerebral y cognitiva. Es bastante positivo que, justo antes de empezar a estudiar, escuchemos un poco de música para estimular el cerebro y empezar a ponerlo en marcha. Sin embargo, durante el transcurso de la tarea, es mejor estar en silencio, puesto que la música puede distorsionar la calidad con que retenemos la información. Este efecto negativo de la música hacia nuestra capacidad de atención y concentración ha sido reportada en varios estudios científicos.
No hay nada que afecte tan negativamente a la concentración como una rutina desorganizada y caótica. Es el noveno punto de la lista, pero seguramente es el más importante.
Hay que planificar y ordenar las prioridades del día a día. Sin contamos con el tiempo necesario para dedicar a cada tarea, evitaremos el estrés, las prisas y los inconvenientes que puedan surgir, y seremos más capaces de dedicar un esfuerzo inteligente y productivo a la tarea.
Bertrand Regader-Psicólogo educativo | Director de Psicología y Mente Origen: https://psicologiaymente.net